Los pueblos indígenas podrían encabezar un plan global para conservar la naturaleza

Decenas de países respaldan un esfuerzo que protegería el 30 por ciento de la tierra y el agua del planeta. Los pueblos indígenas, que a menudo se encuentran entre los administradores más eficaces de la naturaleza, han sido despreciados, o algo peor, en el pasado.
Por desgracia, muchas personas que han logrado proteger a la naturaleza por generaciones no influirán en las decisiones del convenio: las comunidades indígenas y otros grupos que no han recurrido a vallas para separarse de la naturaleza y darles su propio espacio a animales, plantas y sus hábitats, sino que obtienen de la naturaleza su medio de subsistencia. La clave de su éxito, según demuestran las investigaciones, es nunca extraer de más.
“Si pretendes salvar solo a los insectos y los animales, pero no a los pueblos indígenas, estás frente a una gran contradicción”, dijo José Gregorio Díaz Mirabal, quien encabeza la Coordinadora de las Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica, un grupo constituido por varias organizaciones indígenas. “Somos un solo ecosistema”.
En la Amazonía brasileña, Awapu Uru Eu Wau Wau pone en riesgo su vida para proteger la riqueza de sus tierras ancestrales: jaguares, monos lanudos en peligro de extinción y manantiales naturales de los que fluyen 17 ríos importantes. Su pueblo, los indígenas uru eu wau wau, tienen derecho legal sobre la tierra, pero deben defenderla sin cesar de intrusos armados.
Justo después del borde de su territorio de poco más de 18.000 kilómetros cuadrados, ganaderos y sembradores de soya han arrasado con gran parte del bosque. Su tierra está entre las últimas extensiones protegidas de bosque y sabana que quedan en el estado brasileño de Rondônia. Taladores ilegales invaden con frecuencia su territorio.
Así que Awapu Uru Eu Wau Wau, quien utiliza el nombre de su comunidad como apellido, patrulla el bosque llevando a cuestas flechas con la punta envenenada. Otros miembros de su comunidad vigilan con drones, equipo GPS y cámaras de video. Lleva consigo a su hija y su hijo, de 11 y 13 años de edad, para que aprendan a defender su tierra en los próximos años.
“Nadie sabe qué va a pasar con nosotros, y yo no voy a vivir para siempre”, dijo Awapu Uru Eu Wau Wau. “Necesitamos preparar a nuestros hijos para que se vayan encargando de las cosas”.
Algunos estudiosos dicen que las responsables son las mismas fuerzas históricas que han extraído recursos naturales desde hace cientos de años, a costa de los pueblos indígenas. “Lo que observamos ahora con el desmoronamiento de la biodiversidad y el cambio climático es la etapa final de los efectos del colonialismo”, explicó Paige West, antropóloga de la Universidad de Columbia.
En la actualidad existe consenso generalizado sobre la urgencia de revertir la pérdida de la biodiversidad, que no solo es importante para tener seguridad alimentaria y un clima estable, sino también es vital para reducir el riesgo de contagio de nuevas enfermedades de los animales silvestres, como el coronavirus.
Las comunidades indígenas no han sido reconocidas como parte del convenio internacional. Pueden asistir como observadores a las conversaciones, pero no podrán votar sobre los resultados. Sin embargo, en la práctica, será imposible conseguir la meta sin su apoyo.
Ya en este momento protegen gran parte de las tierras y aguas del mundo, como señaló David Cooper, secretario ejecutivo adjunto del Convenio sobre Diversidad Biológica. “Es gente que vive en estos lugares”, dijo. “Es necesario contar con su participación y respetar sus derechos”.
Hace medio siglo, donde el bosque boreal se une a la tundra en los Territorios del Noroeste de Canadá, los łutsël k’é’ dene, uno de los grupos indígenas de la zona, se opusieron a los esfuerzos de Canadá por crear un parque nacional en su territorio y sus alrededores.
“En aquella época, las políticas de parques nacionales de Canadá eran muy negativas para las formas de vida de los indígenas”, dijo Steven Nitah, antiguo jefe tribal. “Solían crear parques nacionales —parques fortaleza, lo llamo yo— y echaban a la gente”.
Pero en la década de 1990, los łutsël k’é’ dene se enfrentaron a una nueva amenaza: se encontraron diamantes en las cercanías. Temían que sus tierras fueran arrasadas por las empresas mineras. Así que volvieron a plantear al gobierno canadiense la idea de un parque nacional que consagrara sus derechos de gestión de la tierra, caza y pesca.
“Para proteger ese corazón de nuestra patria de las actividades industriales, esto es lo que utilizamos”, dijo Nitah, quien fue el principal negociador de su pueblo con el gobierno canadiense.
Los investigadores han descubierto que, en general, las medidas para proteger la biodiversidad tienen mejores resultados si las comunidades locales están involucradas.
Meksen Darius, jefe de uno de los clanes que utilizan estas medidas, dijo que la gente estaba abierta a la idea porque esperaba que mejoraran sus medios de vida.
“El volumen, los tipos de peces y otra vida marina, se han multiplicado”, dijo Darius, un abogado jubilado.
Iliana Monterroso, ambientóloga del Centro para la Investigación Forestal Internacional en Lima, Perú, opina que lo importante es que las personas que viven en áreas de gran biodiversidad tengan el derecho de gestionar esas áreas. Citó el ejemplo de la Reserva de la Biósfera Maya, que abarca una superficie de más de 21.000 kilómetros cuadrados en Guatemala, donde las comunidades locales han gestionado el bosque desde hace 30 años.
En virtud de contratos temporales con el gobierno nacional, comenzaron a cultivar cantidades limitadas de madera y pimienta inglesa, vender palmeras ornamentales y operar agencias de turismo. Tenían que proteger su inversión. “El bosque se convirtió en su fuente de ingresos”, explicó Monterroso. “Lograron obtener beneficios tangibles”.
En ese lugar prosperan jaguares, monos araña y 535 especies de mariposas. También el pecarí de labios blancos, un pariente tímido del cerdo que tiende a desaparecer con rapidez si existe peligro de ser cazado. Los bosques gestionados por comunidades sufren menos incendios, además de que su índice de deforestación es muy cercano a cero, según los investigadores.
Erwin Maas es uno de los cientos de guatemaltecos que viven ahí también. Junto con sus vecinos, opera un negocio propiedad de la comunidad en el poblado de Uaxactún. Abunda la caoba, pero solo pueden explotar una cantidad limitada. En general, uno o dos árboles por hectárea cada año, señaló Maas. No tocan los árboles que producen semilla.
“Nuestra meta es ganarnos la vida con una cantidad pequeña y siempre cuidar del bosque”, dijo.
Category: Science
Source: New York Times